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martes, 23 de febrero de 2010

¿EXISTEN LAS CASUALIDADES?

No lo sé...pero justo cuando estaba a mitad de escribir el post anterior, dedicado a la memoria de mi amigo Opuls, me llegó a mi bandeja de entrada, un correo... un correo de mi entrañable amiga y extraordinaria poeta, María Gutiérrez. Y aquí es donde viene el quid de la cuestión: Mi amiga María me ha enviado un poema que llega al alma, que impacta por su ternura, porque rezuma y destila la amistad, el cariño, el compartir día a día confidencias, penas, alegrías, retazos de nuestra propia vida. Este poema lo escribió María a un amigo suyo que se ha ido también, y por eso dejé inconcluso mi post en un principio, hasta que pude reaccionar ante tal coincidencia.
A todo mundo alguna vez nos ocurren cosas como éstas, lo sé, pero entre poetas que se encuentran en sintonía como lo estamos María y yo, creo humildemente que estas coincidencias se dan de una manera mucho más impactante, como si entre nuestras vidas hubiera un hilo conductor, un hilo invisible que en estos momentos se descubre, sale a la superficie y delata la parte tangible del alma humana. Gracias, María, gracias por compartir conmigo ese recuerdo de tu amigo, justo en el preciso momento en que yo estaba compartiendo con todos, el recuerdo del mío. Y gracias también por permitirme publicarlo aquí. ¡Gracias, amiga, poeta!

In memoriam

Si pudiéramos charlar esta tarde.
Conversar
como antaño, amigo.
Tú y yo.
Tumbados en el muro de la plaza,
observando las palomas
y el aguilucho lejano.
Hablar de Sócrates,
de tus escarceos amorosos en tálamos de arena,
de mis versos,
del vínculo arcano de los números,
la música y las estrellas;
de las tumbas olvidadas,
sepultadas por los brezos.
Sentados otra vez en el crepúsculo
aromado de laurisilva.

Volver a aquellos montes de brumas matutinas,
a las sendas del mar de nubes,
al guarapo y la parra caliente.
Platicar de nuevo, amigo.
Alegar sereno a la sombra del laurel de indias.

Tan cerca las risas.
Tu risa de dientes de leche silenciaba el ruido,
ahuyentando los miedos;
tus manos de lobo marino firmes al vértigo del risco
y al empuje de las olas.

Mar y cumbre.
Caminos de palmas.
Luz sobre el verde.
Azul.
Más claro arriba,
en la curva del barranco,
y, al fondo, el agua
que canta
invisible en la fronda.

Desolado ahora todo,
como huérfano sin duelo.
Seco.
Marchitos los matos.
Cubiertos de polvo.

Regresar a aquellos días
de vino con vino y jarana,
anchos, procaces
a los pechos y las faldas,
a tus coplas y a tu voz bajo la acacia,
para que me cuente, cómplice,
lo que otras voces silencian.

Quiero hablarte y que me escuches
con sosiego o en la porfía.
Sentir tu brazo en mi hombro
y que tu trago de malta
―tan dulce―
me entibie de nuevo el alma.

Pero esa tarde los pies se me empaparon,
anegados con jaras y juagarzos
―nada más triste que la tristeza de los pies mojados―,
cuando la mar inundó los llanos
y el cielo se cerró tras tu partida.
Allí, sobre la tierra herida,
lloré tu marcha callada,
tu cuerpo inane en las baldosas blancas
y el mío clavado en la negrura.

Desciendo por la escala y no te veo.
Te busco en el callao ―roque―,
con el sol de frente y a la espalda.
Y aún recorro los guachinches al relente
esperando tu abrazo, amigo,
tu gesto acogedor,
atento siempre.

Te llevaste tu risa y tu guitarra;
quedó tu palomar como mi pecho.
De luto.
De luto, sin consuelo.
Hoy vuelan sin rumbo tus buchones
añorando tu alegría, compañero.

Sé que un día,
cuando el tiempo mi pena haya enjugado
y el espejo me devuelva tu sonrisa
―socarrona y arrugada―
brindaré en cada parranda a tu memoria.
María Gutiérrez

1 comentario:

Ligia dijo...

Siento mucho lo de tu amigo, Marcamar. Yo creo que existen las casualidades y en este caso, con tu amiga María es pura casualidad. Muy lindos los poemas que ambas dedican a la amistad. Abrazos